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jueves, 4 de agosto de 2011

La canción mexicana, un reencuentro con lo nuestro

En el siglo XIX, México era un crisol de influencias y estilos. Las constantes intervenciones y guerras generaron tendencias pluriculturales que se reflejan en la gestación de su música. La Conquista define la música que se escuchaba y manufacturaba en conventos y casas de virreyes desde el siglo XVI al XVIII.  La influencia de Italia se deja sentir desde el siglo XVIII con la llegada de Ignacio Jerusalem, quien llega a la capital de la Nueva España en 1742 para desempeñarse como violinista y director musical del Coliseo de México.

Jerusalem compone obras para la Catedral de México desde 1746 y en 1749 es contratado en ella como maestro de capilla interino. Al año siguiente, es nombrado maestro titular, cargo que ejerció hasta su muerte, en 1769. Con este puesto, Jerusalem define las tendencias musicales no sólo de México, sino de toda la Nueva España. De este compositor se incluye una grabación rescatada de cinta magnetofónica de la primer aria de la cantata Cuando la primavera.

La canción mexicana tuvo su evolución máxima en el siglo XIX. En las primeras décadas se va moldeando, con influencias nacionales y extranjeras, especialmente españolas e italianas; las romanzas belcantistas cobran furor y compositores como Luis Baca, Ángela Peralta o Melesio Morales escriben la mayoría de sus obras con textos italianos.

 De este período se incluyen la romanza Cara adorata de Cenobio Paniagua y El deseo de Ángela Peralta, quien fuera su alumna, ejemplos de la influencia italiana en nuestra música. De esta misma época se incluye la canción La Pepa de Luis Baca, nacido en 1826 y fallecido a la edad de 29 años. Pese a la brevedad de su vida, compuso dos óperas al estilo italiano: Leonor, con libreto de Carlo Borzetti, y Juana de Castilla de Temistocle Solera, quien fuera también compositor y libretista de algunas óperas de Giuseppe Verdi.  Ninguna de sus óperas fue estrenada pero su Ave María se escucha hasta nuestros días en conciertos y celebraciones religiosas.

Llévame a Zurguén del tenor Manuel García es un ejemplo de las tonadillas que se escuchaban en nuestro país.  García nació en España en 1775 y vivió en México entre 1827 y 1829. Además de ser un reconocido cantante, fue maestro de canto y compositor. Su destreza vocal y el prestigio cosechado a lo largo del mundo hizo que Gioachino Rossini escribiera para él Il Barbiere di Siviglia. En México estrenó en el Teatro de los Gallos, el 13 de julio de 1827 y el 8 de mayo de 1828 respectivamente, dos composiciones suyas: Abufar, ossia la famiglia araba y Semiramis. Debido al establecimiento de la República y a un consecuente mandato de expulsión de ciudadanos españoles proclamado el 20 de diciembre de 1827, aun cuando había excepciones para aquellos que eran útiles para la nación como los músicos, Manuel García partió hacia España, temeroso de la situación.

Hacia finales de ese siglo, el Grupo de los Seis, integrado por Gustavo E. Campa, Carlos J. Meneses, Ricardo Castro, Juan Hernández Acevedo, Ignacio Quesada y Felipe Villanueva, cuestiona las influencias extranjerizantes con la óptica de “construir una estructura de educación musical al nivel del país; impulsar una dinámica en la cual coincidan los presupuestos estéticos de los artistas mexicanos, para así crear un arte verdaderamente nacional”.

Surge así la primera canción de propósito nacionalista que, sin embargo, no pudo evadirse de una nueva influencia europea: la francesa y alemana.  Bajo esta corriente se gesta la La leyenda de Rudel, ópera de Ricardo Castro basada en el poema de Henri Brodi que cuenta la historia de Geoffroy Rudel, príncipe de Blaye, un héroe del siglo XII enamorado de Melisande,  princesa de Trípoli, a quien nunca conoce pero movido por ese amor viaja en su búsqueda muriendo en el intento. El resto de la obra vocal de Castro está escrita en su totalidad en francés, con excepción de la divertida canción No me caso, con texto de su propia inspiración.

A principios del siglo XX y con el nacionalismo en puerta, recopilar y salvaguardar la música popular se convirtió en una equivalencia de lo propio; las piezas se armonizaban ya fuese con arreglos para piano o para guitarra. Una de las primeras recopilaciones (1865) es la colección de Treinta jarabes, sones principales y más populares aires nacionales de la república mexicana que arreglara para canto y piano Miguel Ríos Toledano de la cual se incluyen, El Guajito, El Durazno y El Atole.

También de esta época existe un cancionero con cincuenta y dos cantos populares armonizados por Francisco Pichardo y editados por la casa Wagner y Levien. la danza Al triste arrullo es parte de dicha antología.

No obstante, las recopilaciones de melodías populares más conocidas son las que hiciera Manuel M. Ponce, quien fuera amigo cercano de Gustavo E. Campa. De Ponce se incluyen Por ti mi corazón en versión para voz y guitarra y Ah! qué bonito para piano y voz. Estas manifestaciones populares son las que después de la Revolución Mexicana cobran fuerza para estructurar una expresión propia de reconocimiento internacional en las voces de Jorge del Moral, Tata Nacho, Mario Talavera, Miguel Lerdo de Tejada, Agustín Lara y María Grever.

Juan S. Garrido en su libro Historia de la música popular en México define a Miguel Lerdo de Tejada como el precursor de la canción romántica mexicana. Nacido en Veracruz, Lerdo de Tejada inicia su carrera musical en el seminario; posteriormente abandona la vida eclesiástica para ser militar. A la muerte del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, Miguel decide renunciar a su puesto en la espera de recibir una herencia que nunca llega. Este hecho lo obliga a escribir innumerables canciones para sobrevivir. En la ciudad de México trabaja en los cabarets Capellanes y Tivoli Central. La canción que lo lleva a la fama fue Perjura con letra de Fernando Luna Drusina. Compuesta en 1901 y estrenada con la Orquesta Típica formada por el mismo Lerdo de Tejada para hacer sólo música mexicana, la  canción en un principio fue vetada por su contenido erótico; sin embargo, posteriormente llegaría a hacerse tan conocida que en 1902 Tejada fue invitado a la Exposición Panamericana de Búfalo, en los Estados Unidos, para dar a conocer la música mexicana. En 1919, Titta Rufo, célebre barítono italiano, grabó la canción acompañado del compositor otorgándole reconocimiento mundial.

Al tiempo que Lerdo de Tejada triunfaba con sus canciones de carácter nacional, la tradición de zarzuela estaba en su esplendor. La edificación de teatros como el de los Gallos, el Antiguo y Nuevo Coliseo posteriormente llamado Principal o el Teatro Nacional da lugar a géneros del tipo zarzuela y opereta, que fecundan buena parte del siglo XIX. Desde 1886, los músicos mexicanos habían abrazado el género español haciendo un híbrido interesante al utilizarlo para bordar una temática mexicana.

 La primera zarzuela de esta índole fue Un paseo por Santa Anita, escrita por Luis Arcaraz con texto de Juan de Dios Peza, que dio a los compositores nacionales la oportunidad de ganar audiencias locales. Durante la última década del porfiriato músicos como Manuel Berrueco y Serna, Carlos Curti, Rafael Medina, José Francisco Elizondo Sagredo, e incluso Ricardo Castro, Ernesto Elorduy y el mismo Lerdo de Tejada produjeron obras para este género. La zarzuela más famosa de ese tiempo, estrenada en 1904 y representada más de doscientas veces en los teatros mexicanos y estrenada en Barcelona en 1907, fue Chin Chun Chan, una comedia de enredos, con libreto de José F. Elizondo y Rafael Medina, y música de Luis G. Jordá, compositor catalán que llegó a México en 1898.

Jordá compuso también obra sinfónica, piezas para piano y alrededor de una decena de obras vocales. El ritmo más común en estas composiciones es la habanera, que a finales del siglo XIX se le conocía simplemente como danza. De esta colección se incluyeron la danza Ardientes desvaríos, una adaptación del Nocturno a Rosario del poeta mexicano Manuel Acuña y el vals El paje con texto del propio compositor.

Después de la Revolución Mexicana las nuevas tendencias compositivas en el mundo, al igual que la difusión de las canciones nacionales en el nuevo medio de difusión: la radio, provocan una escisión entre la canción académica y la canción de gusto popular. Un sinnúmero de corrientes y estilos influyeron en la creación musical de México. En Viena, a finales de la segunda década surge el dodecafonismo, que venía gestándose desde 1914 con la ópera Wozzeck de Alban Berg.  En 1913 se estrena en París Le Sacre de Printemps de Igor Stravinsky. En 1916 Julián Carrillo en nuestro país propone su Sonido 13.  Ello contribuye a explicar porqué a través del siglo XX ya no es posible identificar una corriente única de escritura. Por ejemplo, Ibarra escribe sus six poèmes de Verlaine con influencia impresionista, mientras Marcela Rodríguez hilvana una voz de trazos siempre vanguardistas que sin embargo miran hacia la identidad de  nuestros símbolos culturales.

La intención del disco que tiene ahora en sus manos no es sólo una vitrina en la que se exhibe el rico entramado de nuestra historia musical. Es una invitación al deleite, al reconocimiento y a la consecuente valoración de nuestra identidad sonora, necesaria en un mundo cada día más global.

Verónica Murúa



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